miércoles, 24 de agosto de 2011

¿Porqué debemos meditar?






Todos buscamos la paz y la armonía porque carecemos de ellas en nuestras vidas. De vez en cuando todos experimentamos agitación, irritación, falta de armonía, sufrimiento. Cuando esto sucede no lo guardamos para nosotros sino que lo distribuimos a los demás. Una persona desdichada impregna el ambiente que le rodea de agitación y quienes están cerca de ella también se alteran, se irritan. Ciertamente, ésta no es la manera más adecuada de vivir.

Para librarnos de nuestra agitación tenemos que conocer sus razones básicas, la causa del sufrimiento. Al investigar nos damos cuenta de que nos sentimos agitados en cuanto generamos negatividades o contaminaciones en la mente. La negatividad, la contaminación o la impureza mental no pueden coexistir con la paz y la armonía.

¿Cómo empezamos a generar negatividades? Cuando estamos con alguien que se comporta de una manera que no nos gusta o cuando sucede algo que nos desagrada, cuando ocurre algo que no deseamos o cuando nos sentimos obstaculizados para realizar nuestros sueños. Con todo eso empezamos a atar nudos en nuestro interior. Este proceso de reacción, de atar nudos, hace que toda la estructura física y mental esté tan tensa y tan llena de negatividades que la vida se vuelve miserable.

¿Cómo podemos dejar de reaccionar  ciegamente cuando enfrentamos situaciones que no nos gustan? ¿Cómo podemos dejar de generar tensión y permanecer llenos de paz y armonía?

Hubieron exploradores que, tras experimentar en su interior la realidad de la mente y la materia, se dieron cuenta de que desviar la atención es sólo huir del problema. Escapar no es una solución; hay que enfrentar el problema. Cuando surja una negatividad en la mente, obsérvala, hazle frente. Tan pronto como comiences a observar la contaminación mental, ésta empezará a perder fuerza y poco a poco se irá marchitando y podrá ser erradicada de raíz.

Si te limitas  a observarla, la contaminación desaparecerá y estarás libre de esa contaminación. Esto suena maravilloso, pero ¿se puede realmente practicar? Cuando surge la ira, nos toma tan de sorpresa que ni siquiera nos damos cuenta de ello.

Arrastrados por la ira cometemos actos físicos o mentales que nos dañan a nosotros mismos y a los demás. Poco después, al desaparecer la ira, empezamos a llorar y a arrepentirnos, pero la próxima vez que nos encontramos en una situación semejante, volvemos a reaccionar de la misma forma. El arrepentimiento no nos ha servido para nada.

Alguien descubrió que al surgir una contaminación en la mente, la respiración pierde su ritmo normal. Es fácil observar que respiramos más fuerte cuando surge una negatividad.

Este fenómeno físico-mental es como una moneda con dos caras. En una cara están los pensamientos y las emociones que surgen en la mente; en la otra, la respiración y las sensaciones del cuerpo. Por eso, al observar las sensaciones o la respiración, estamos observando, de hecho, las contaminaciones mentales. En vez de huir del problema, nos enfrentamos a la realidad tal y como es y las negatividades ya  no nos arrastran como sucedía en el pasado. Si perseveramos, terminarán por desaparecer y empezaremos a vivir una vida feliz y en paz, una vida cada vez más libre de negatividades.

Con entrenamiento, podemos ver la otra cara de la moneda, podemos ser conscientes de nuestra respiración y también de lo que ocurre en nuestro interior. Sea lo que sea, respiración o sensación, aprendemos a observar sin desequilibrar  la mente.

Al llegar a este estado nuestra conducta habitual cambia. Ya no es posible cometer actos físicos o verbales que puedan perturbar la paz y la felicidad ajenas. Una mente equilibrada no sólo está llena de paz, sino que impregna el ambiente que la rodea de paz y armonía y esto empieza a afectar a los demás, ayudándolos también.

Al aprender a mantenernos equilibrados, hacemos frente a lo que experimentamos en nuestro interior y desarrollamos desapego hacia todas las situaciones externas que nos encontramos. Pero este desapego no es escapismo ni indiferencia hacia los problemas mundanos. Quienes practican Vipassana con regularidad se sensibilizan más ante el sufrimiento de los demás y hacen todo lo posible para aliviar el sufrimiento en la forma que puedan —sin agitación, con la mente llena de amor, compasión y ecuanimidad.

Esto es lo que el Buda enseñó: un arte de vivir. No fundó ni enseñó una religión, un “-ismo”, ni enseñó ritos o rituales, ni ninguna formalidad vacía a quienes se acercaban a él; enseñó a observar la naturaleza tal y como es, observando la realidad interna.

Cuando surge la sabiduría —la sabiduría de observar la realidad tal y como es— desaparece el hábito de reaccionar. Cuando dejamos de reaccionar ciegamente, somos capaces de realizar actos verdaderos, actos que emanan de una mente equilibrada, una mente que ve y comprende la verdad. Una acción así sólo puede ser positiva, creativa, capaz de ayudarnos a nosotros y a los demás.

Esta experiencia directa de nuestra realidad interna, esta  técnica de auto-observación, es lo que se llama meditación Vipassana. En la lengua que se hablaba en la India en la época de Buda, “passana” significa ver las cosas de forma corriente, con los
ojos abiertos. “Vipassana” es observar las cosas tal y como son, no como parecen ser. Al experimentar esta verdad, aprendemos a dejar de reaccionar ciegamente, a dejar de generar contaminaciones y de forma natural, las contaminaciones antiguas van erradicándose poco a poco. Así nos liberamos de la desdicha y experimentamos la felicidad auténtica.


Este es un resumen de una nota publicada por S. N. Goenka, un maestro de meditación Vipassana. En él, Goenka realiza un profundo, y a su vez simple, análisis de los procesos de la mente, de cómo infieren en nuestro actuar, y de qué manera podemos contribuir para aquietar nuestras reacciones ciegas, calmar nuestra mente y vivir en armonía.







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